Fantasmas de La Poma
Aseguran que después del terremoto, pocos se animaban a cruzar por el "pueblo viejo".
A 84 años del terremoto que redujo a escombros al pueblo de La Poma, son innumerables los testimonios de gente que asegura que por las noches aún se escuchan gritos desgarradores en las callecitas polvorientas que se desdibujan entre las casas en ruina del pueblo antiguo.
La idea de recorrer de noche el emplazamiento del desbastado caserío, ubicado a un kilómetro del nuevo poblado, es una tentación casi irresistible para quienes visitan la localidad, aunque la gente del lugar advierte que puede convertirse en una aventura peligrosa.
El lugar, antaño, fue escenario de una situación dantesca. En la Nochebuena de 1930, un ruido sordo y monstruoso como el rugido de un animal gigantesco emergiendo de las profundidades despertó a los pomeños. Bajo una lluvia de truenos y refucilos la tierra tembló y los estruendos se volvieron insoportables. En la soledad de la Puna se escucharon gritos desesperados y los perros no paraban de ladrar. La gente aterrada sentía el estrépito de las avalanchas de barro descendiendo desde las cumbres.
Un terremoto de magnitud M-6, equivalente a VIII de la escala de Mercalli, redujo el pueblo a escombros. Debajo de los techos y de los adobes quedaron segadas más de 40 vidas, mientras que el número de heridos superó los 120.
El éxodo
El impacto que sufrieron los pomeños fue tal que los sobrevivientes decidieron abandonar por completo lo que quedaba del caserío e iniciaron la construcción del nuevo pueblo, un kilómetro al sur de la vieja Poma.
Allí dieron inicio a una nueva etapa de su historia y desde entonces los dos pueblos comenzaron a llamarse "pueblo viejo" y "pueblo nuevo". El primero permaneció abandonado y casi sin que se tocaran sus ruinas. En los últimos años, de a poco, los viejos pomeños comenzaron a regresar tímidamente al lugar.
De noche nadie osaba recorrer sus calles y mucho menos pasar frente de lo que hasta el 25 de diciembre de 1930 había sido la iglesia de La Poma. El derrumbe de techos, la lluvia y el viento habían dejado a la intemperie los restos óseos de los cristianos que habían sido sepultados allí.
El intenso viento de la Puna, según cuentan, aún transporta entre los cerros los quejidos estremecedores de las almas pidiendo auxilio y el aullido de los perros, que desesperados buscan a sus desaparecidos amos debajo de los escombros del "pueblo viejo".
Testimonio del último sobreviviente
Recientemente falleció, a los 101 años, el músico Pancho Agudo, pomeño y uno de los últimos sobrevivientes del terremoto. Antes de morir le contó a El Tribuno: "La tierra se movió, el volcán humeó y el pueblo se derrumbó. Yo tenía 14 años y estaba con mi papá. Los gemelos lanzaron humo; hubo una explosión y una alud de barro y piedras sepultó tres viviendas de la banda, matando a todos sus habitantes".
Don Pancho vivió siempre en el valle y conocía cada uno de sus recovecos y misterios. Alto, de espaldas anchas y brazos correosos, este hombre era una referencia obligada a la hora de indagar sobre el pasado del pueblo. "Aún estaba oscuro cuando mi padre nos sacó a la calle. La noche era tormentosa y podíamos ver las siluetas de las montañas y reconocer a nuestros vecinos gracias a los relámpagos. Horas antes del terremoto los animales se mostraron excitados; los pájaros volaban, ya caída la tarde y se escuchaba un raro rebuznar de burros y mulas", contó.
De joven, don Pancho llevaba ganado a Chile, cruzando los Andes. También fue guía de excursionistas, buscadores de oro y cazadores de tesoros. Se las ingenió, además, para conseguir un bandoneón austríaco con el que rompía el silencio de las noches del pueblo.
En su relato, Agudo contó: "Las casas caían, las mujeres gritaban y los niños lloraban como locos. En una esquina del pueblo apenas nos mantuvimos en pie, mientras mi madre oraba. Hubo una explosión y una ola de agua, piedras y barro sepultó la viviendas de los Romero, de los Gustávez y de los Cruz. Murieron todos. Sorprendidos en el sueño fueron aplastados por los techos los Choque, los Sánchez y la familia de Sabino Mamaní. Fueron momentos terribles".
Para finalizar, señaló: "Los temblores siguieron varios días y a los muertos los enterraron sin cajón, ahí se pudieron ver las profundas grietas".
El susto
El Diccionario Mágico Jujeño, de Antonio Paleari remarca algunos datos interesantes para comprender las profundas creencias de nuestra gente.
Resulta atractiva la definición sobre el "susto" que hace el escritor jujeño. El "susto", como elemento folclórico y sobrenatural del norte argentino, genera la pérdida del alma en los pobres habitantes de las montañas que pueden toparse con este fenómeno. Paleari la llama: "La estampida espiritual". Para curarlo hay que devolver su alma huida a la víctima. "Si es que el susto no termina en muerte, al menos es seguro que el alma quedará cambiada después del episodio"
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