La iglesia, la escuela, el club, un flamante jardín de infantes. Curioseando andábamos cuando no sabemos de dónde apareció una moto, rompiendo el silencio. El hombre se detuvo, bajó y se presentó: “Gutiérrez, mucho gusto”, y enseguida preguntó: “¿Conocen las pinturas rupestres? Puedo guiarlos si les interesa”. Sí, claro, nos interesaba. Gutiérrez nos contó que era uno de los casi 300 habitantes del pueblo, y que muchos habían recibido capacitación para ser guías o prestar servicios como alojamiento y comidas.
Un rato después llegamos a Casabindo, pero nuestra cabeza seguía pensando en lo que habíamos visto, en el tesoro inesperado -bueno, inesperado para nosotros- de Abdón Castro Tolay.
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