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miércoles, 30 de octubre de 2019

Un inesperado encuentro arqueológico en el corazón de la Puna jujeña.Abdón Castro Tolay”

A los pocos km de Susques había un pueblo que en el mapa figuraba como “Barrancas”, pero ahora se llama “Abdón Castro Tolay”. De entrada nomás nos cayó simpático, cuando alguien en la plaza, casi desértica a esa hora, nos contó que Castro Tolay fue el primer maestro del lugar, que llegó recién egresado y, además de enseñar, propuso trasladar el pueblo, que estaba poco más al sur, en una zona ventosa y lejos del agua. Con el esfuerzo de los pobladores, las casas, la iglesia, la escuela, se levantaron donde están hoy. Justo enfrente, al otro lado del río, la razón del anterior nombre: los impresionantes paredones de arcilla maciza que se desploman sobre el lecho del río Barrancas.





La iglesia, la escuela, el club, un flamante jardín de infantes. Curioseando andábamos cuando no sabemos de dónde apareció una moto, rompiendo el silencio. El hombre se detuvo, bajó y se presentó: “Gutiérrez, mucho gusto”, y enseguida preguntó: “¿Conocen las pinturas rupestres? Puedo guiarlos si les interesa”. Sí, claro, nos interesaba. Gutiérrez nos contó que era uno de los casi 300 habitantes del pueblo, y que muchos habían recibido capacitación para ser guías o prestar servicios como alojamiento y comidas.




“Síganme, es acá cerquita”, dijo, y subió a la moto. Lo seguimos unos 5 o 6 minutos por la ruta junto al río, hasta que paramos y caminamos hacia los altos paredones de este lado. El paisaje era tremendo, pero no esperábamos lo que vimos: sobre las paredes, sobre las rocas y entre las grietas, decenas de pinturas de animales, personas e incluso, sobre una gran roca, una especie de mapa catastral del lugar, en relieve. “Esta reserva municipal con testimonios de la cultura Casabindo es una de las más importantes de Sudamérica por la cantidad y el estado de conservación de las pinturas”, dijo nuestro guía, con justificado orgullo. Nos despedimos y seguimos viaje.

Un rato después llegamos a Casabindo, pero nuestra cabeza seguía pensando en lo que habíamos visto, en el tesoro inesperado -bueno, inesperado para nosotros- de Abdón Castro Tolay.
















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