"Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas.!

martes, 15 de octubre de 2019

Qué paisaje tan extraño DESIERTO DEL DIABLO Y LOS COLORADOS Tolar Grande, SALTA


Un viaje por la Puna salteña hasta el pueblo kolla de Tolar Grande y visitar algunos de los rincones más extraños, enigmaticos y cautivantes ademas de apartados del país, como el Desierto del Diablo y los Colorados, además podes llegar hasta el salar de Arizo y visitar el cono de Arita.

El pueblo de Tolar Grande está casi escondido en uno de los rincones más áridos –llueven 100 mm. por año–, más deshabitados –0,3 hab/km2– y más aislados de la Argentina. Se llega en un viaje de 9 horas desde la capital salteña, pasando de los verdes paisajes del valle de Lerma a la sequedad más extrema y la ausencia casi total de vida animal y vegetal. Pero esos inhóspitos paisajes tienen como contraste un colorido como quizás no haya otro en el país, un exotismo de formaciones geológicas dignas de otro planeta, y una riqueza cultural autóctona muy singular. Por eso esta travesía andina es un gran viaje en el sentido clásico del término, donde uno sale al encuentro de panoramas desconocidos y de personas con un modo de vida y creencias que tienen muy poco en común con nuestra cotidianidad.






DESDE SALTA La travesía a la Puna salteña comienza en la capital provincial por la Ruta Nacional 51, recorriendo casi todo el trayecto del Tren a las Nubes, al cual vemos pasar al costado de la ruta y cuyas vías cruzaremos varias veces. Rápidamente recorres el valle de Lerma con sus grandiosas montañas para desembocar en la quebrada del río Toro.

Y de repente descubrimos en la parte baja de un valle al pueblo de San Antonio de los Cobres, rodeado de cumbres que sobrepasan los 5500 metros.

A partir de San Antonio de los Cobres entramos en la Puna, esa dura superficie plana que no se quebró al surgir los Andes y se elevó junto con ellos hasta los 3500 metros, conformando una árida altiplanicie con suaves ondulaciones.






La Ruta 51 sube hasta el abra del Alto Chorrillo, el punto más alto del viaje: 4560 metros. Ya en San Antonio la vegetación había desaparecido casi por completo, salvo por unos fragmentos amarillos de pasto puna. Pero al llegar al abra ya no queda rastro alguno de vida sobre la tierra.

A partir de allí comenzas a descender hasta el pueblo de Olacapato –4120 m.s.n.m.– cuyos 100 habitantes viven en casas de adobe que brotaron de la tierra alrededor de una estación de tren ya abandonada.







Luego pasas por el Salar de Pocitos –una planicie perfecta totalmente blanca– y la Recta de la Paciencia que atraviesa la nada. En el laberinto geológico de Los Colorados, el camino caracolea a lo largo de 20 kilómetros entre unos cerritos rojos de punta redondeada. Luego el paisaje se abre en una nueva planicie, en este caso totalmente roja: el Desierto del Diablo –no hay que olvidar que estamos en una extensión del Desierto de Atacama–, una de las cumbres de este viaje con ribetes interplanetarios, donde pareciera que el mundo que nos rodea es un planeta rojo sin indicios de vida.

La planicie del Desierto del Diablo está rodeada por cerros sedimentarios del precámbrico también rojizos, que le otorgan un aura surrealista a este paisaje bautizado así por los habitantes de Tolar Grande porque muchos aseguran haber visto allí sombras en la noche. Y ya en la década del ’40 muchos mineros vieron siluetas oscuras sentadas en una piedra llamada La Mesa. Al dejar atrás el valle rojizo pasamos sin transición a otra dimensión extrema, en este caso de una blancura absoluta que irradia del Salar del Diablo.




La última parada antes de Tolar Grande es en el Mirador del Llullaillaco, ese volcán de 6739 metros donde se encontraron tres famosas momias incas, unas vírgenes ofrendadas al sol que se pueden ver en el Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAM) en la ciudad de Salta.






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