El pueblo de Volcán es el primero. Su mayor particularidad es la de ser el límite climático donde, por el casi constante viento, las nubes cargadas de humedad avanzan hacia la Quebrada, o simplemente se transforman en pequeñas pintas blancas que alteran el azul profundo del cielo norteño.
A pocos kilómetros está Tumbaya, a 2094 m.s.n.m., con su capilla del Siglo XVIII y un manantial, donde según la leyenda, bebió San Francisco Solano en su peregrinar por estas tierras. Y por esas cosas del destino, quizás, se transformó en el punto de partida y llegada para miles de peregrinos que ascienden todos los años hasta el santuario de la Virgen de Punta Corral, ubicado entre los cerros por arriba de los 3.500 m.s.n.m.
Lo mágico de este momento, que se presenta sólo en el Domingo de Ramos, es la sensación única de escuchar los acordes de alguna de las bandas de sikuris, solamente interrumpida por el sonido del viento que corre por la pequeña quebrada.
Más allá, está el pueblito de Huacalera y su capilla, mudos testigos de un sacrificio sin igual de parte de los leales del general Juan Galo Lavalle, y luego está Uquía, que exhibe con orgullo pinturas irrepetibles de la Escuela Cuzqueña que compiten con la belleza natural del Paseo de las Señoritas.
Y en la última parada, se levanta la ciudad Histórica de Humahuaca, plena de cultura viva transitando por sus callejuelas estrechas y empedradas y que no deja de mostrar el orgullo pleno de compartir su nombre con uno de los lugares elegidos por la Humanidad como parte de su Patrimonio.
Son 177 kilómetros de recorrido pero, la verdad, son miles de años de cultura por conocer, millones de años transformadas en mágicos cerros de colores y formaciones caprichosas, pero todo eso resumido en una sola cosa, la calidez de un jujeño para compartir su historia al recibir al viajero.
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