Este relato de las Serranías del Hornocal empieza de atrás para adelante. Tal fue el impacto recibido.
Silencio, solo el viento se permitía andar de aquí para allá pero uno había quedado como petrificado ante lo que veía. Por delante todo era inmenso en extensión y en deslumbramiento.
Nos pareció que existía un zanjón entre la sierra de colores y nosotros pero no sabemos si era real o simplemente parte del dibujo. No nos animamos a caminar por él.
Quizá los últimos rayos de luz de la tarde acentuaron los tonos de la piedra calcárea, pero los colores nos parecieron más fuertes aun que los que habíamos visto en la Quebrada.
El paraje en el que estábamos parados está a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar y eso se siente, más aun si el viaje se realiza sin escalas. Abrigados, con el cuello de la campera bien alto y respirando fuerte, volvimos al auto casi sin hablar.
¿Cómo llegamos allí arriba? En auto y saliendo de la ciudad de Humahuaca. ¿Gracias a quién? A un lugareño que vio nuestro interés por conocer algo distinto, algo de lo que no está en planos y folletos.
Si bien es cerca, el camino para el Hornocal tiene sus vueltas, trepa constantemente y se entretiene entre campos vírgenes, agrestes, donde corren libres los guanacos. “Hay que tomar el camino de las antenas”, fue el consejo del buen amigo antes de salir. Ni de ida ni de vuelta encontramos a nadie por la ruta.
Conocimos las serranías del Hornocal y no tuvimos ocasión de agradecer a quien gentilmente nos aconsejara. Quizás él mismo ya sabía cual iba a ser nuestra respuesta cuando estuviéramos frente a este plegamiento increíble de la Quebrada de Humahuaca.
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