Mide sólo 2,5 metros de frente y 13 metros de profundidad. Sobre la fachada angostísima tiene una puertita de madera pintada de verde con una tranca de hierro, sobre la puerta asoma un balcón con barrotes y entre los dos, un farolito. El revoque descascarado revela en algunos sectores el alma de ladrillos de su construcción original.
Todos estos esclavos debieron buscar un lugar donde vivir y era muy frecuente que sus antiguos amos les proporcionaran pequeñas porciones de sus terrenos para que levantaran sus casas. Generalmente, con la muerte del esclavo liberto, estas parcelas volvían a sus anteriores dueños.
Esta revisión del arquitecto Peña destroza la teoría del esclavo liberto. Pero, seguramente, hubo en Buenos Aires muchísimas casas mínimas que fueron desapareciendo a medida que los libertos morían y los propietarios originales recuperaban el dominio de la propiedad.
Esta casita nos recuerda esos tiempos.
San Telmo tiene una fuerte raíz afroamericana que se asoma en sus candombes y murgas y también, claro, en viejas leyendas como la de la Casa Mínima.
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