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martes, 5 de marzo de 2024

El faro de Claromecó y una historia poco conocida.


 El paisaje costero y la silueta del pueblo están protegidas por un coloso de concreto: el Faro de Claromecó. Vestido de preso —con rayas negras y blancas que decoran su longitud—, hoy es un símbolo de ingenio y audacia que mira el mar argentino.




Por su ubicación mirando al sur y por la cercanía al puerto de Ingeniero White y Punta Alta, la Armada Argentina construyó allí en 1922 esta señal de ayuda luminosa para los navegantes, sin saber que 60 años después sería protagonista de una pequeña epopeya más solidaria y doméstica que bélica, junto a un grupo de vecinos. El museo que está en su base no hace referencia alguna de esta historia que hasta ahora sólo decía “presente” como un prisionero del pasado. Durante la guerrade Malvinas, el pueblo se sumergió en ejercicios de apagones para evitar dar referencias a los satélites y aviones del Reino Unido.






En un pueblo donde nada pasaba ni nada cambiaba, la conciencia de los riesgos que generaba el conflicto contagiaron a un vecino radioaficionado a hallar comunicaciones de ambos lados.

Omar Ángel López Cabañas no era un vecino cualquiera. Miembro de una de las familias más tradicionales de la zona, tenía amplios conocimientos electromecánicos que lo transformaban en una persona buscada por la comunidad. Las radios, que manejaba con habilidad artesanal y a la vez técnica, eran el medio de comunicación más eficiente de un pueblo alejado de apenas 3000 habitantes. Aprovechando su ubicación mirando directo a las Islas Malvinas, López Cabañas colocó en lo más alto del faro unas antenas rudimentarias, cuyo objetivo era interferir las comunicaciones británicas.




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