Aún dudando de los dichos de Don Marcelo, el incrédulo vecino aceptó acompañarlo al río de modo de conocer el sitio donde se había producido el descubrimiento. Paralizados quedaron los dos cuando la Virgen se presentaba frente a sus miradas en el mismo sitio, rodeada de la misma resaca, envuelta en el mismo "noque" de donde ya había sido una vez retirada.
Ambos partieron a caballo, con urgencia, hasta la Estancia de San Ignacio de los Ejercicios, para asesorarse con los Padres Jesuitas que allí se afincaban.
Ahora la Virgen tendría otro destino: las manos de los Jesuítas del lugar.
La construcción se situó en el ángulo noroeste de la actual plaza de La Cruz. Tenía solo 3,00 m por 3,00 m, cimientos de piedra, paredes de adobe crudo, techo tradicional de paja y barro, con caída lateral al sud, puerta al este y ventanita al norte. Dentro de este pequeño santuario, cabía el cura, unas pocas personas y el resto debía permanecer afuera. Más de treinta años pasaron, cuando los jesuitas enviaron al Padre Moreno, para que se hiciera cargo de la feligresía.
Se habían construido, en diagonal al actual trazado, una serie de pequeños ranchitos que eran usados en los días de función, similares a los que existen en derredor de muchas capillas de la Provincia.
La Virgen de La Merced, había adquirido rango de verdadera Patrona, instituyendo los jesuitas la celebración de las fiestas patronales en el mes de septiembre, hecho éste, que se conserva hasta nuestros días.
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